El tránsito: un problema sin resolución

El tránsito: un problema sin resolución

Pasan los años y el tema sigue en la agenda cotidiana como pendiente, hay quienes creen que se soluciona con semáforos pero en realidad, con respetar las normas alcanza para una mejora.

Manejar mirando el celular, pasar por la derecha, circular a mayor velocidad de la permitida, estacionar en doble fila, micros o camiones por donde no está autorizado, vehículos sobre las sendas peatonales, transeúntes que no saben si cruzar o no ante la duda de que se respeten sus derechos, doblar sin luz de giro, la lista es extensa y cada lector podría, seguramente, agregar más ejemplos.

La educación vial no está entre las prioridades de nuestra sociedad, pero, evidentemente, algún ser supremo nos protege porque el número de accidentes producidos no se condice con todo lo que mencionáramos anteriormente.

El tránsito no es más que una pequeña muestra de nuestra condición de poco apego a las normas, parece que solo existen para ver como las transgredimos. Así es como se intenta “colar” en las filas sin respetar el orden, se dejan los perros sueltos en la calle, se arroja la basura en lugares no habilitados para ello o se desbordan los tachos, en fin.

El orden vehicular requiere de algo más que controles y penalizaciones, necesita del compromiso cotidiano de los automovilistas para entender que convivimos con otros en sociedad, y que las disposiciones están para cumplirse independientemente que haya o no quien nos las haga cumplir.

Un profesor de Filosofía amigo explicaba un tema de su materia con un ejemplo basado en el tránsito, situaciones que grafican plenamente lo que estamos hablando.

El filósofo prusiano Immanuel Kant (2 de abril de 1724/12 de febrero de 1804) fue uno de los autores de la modernidad más reconocido por su pensamiento sobre la ética, entre otras cosas.

Kant señalaba que las personas actuamos moralmente cuando nos regimos por el deber, lo que él denominó deber ser y el cumplimiento del deber.

El autor afirma que hay tres maneras de actuar al respecto: contrario al deber, conforme al deber y por deber, y a este último lo califica como el único moralmente bueno porque hacemos lo que hay que hacer despojados de la expectativa de premios o castigos.

Dicho esto, grafiquemos la situación con el ejemplo en el tránsito referido: un automóvil llega a la esquina donde hay un semáforo en rojo (no es el caso de El Calafate pero es el que mejor ajusta a la explicación, el lector puede cambiarlo por el que se le ocurra si así lo desea).

El conductor que continúa su marcha sin importarle que ese color es para detenerse actúa contrario al deber, el que se detiene por temor a una multa o a un accidente lo hace conforme al deber, pero el que frena su marcha porque es lo que realmente corresponde, es el único que realiza la acción porque es lo que hay que hacer independientemente de cualquier otra motivación o condicionamiento. 

Si analizamos cada ejemplo de los enumerados al comienzo de esta nota y todos aquellos que podrían sumarse, vemos con claridad que en la mayoría de las ocasiones se efectúan las opciones contrarias al deber, ni el temor ni el hacer lo correcto prevalece.

Por eso, quizá, es sumamente importante que reflexionemos en que sociedad queremos vivir y que comencemos a realizar los cambios de actitud necesarios (y no solo en el tránsito) para que la convivencia sea armónica, fluida y respetuosa de nuestros pares.

Quizá ese sea el mejor legado que le podamos trasmitir a nuestros hijos: vivir ética y moralmente mejor que como lo venimos haciendo hasta ahora.

Fernando Goyanes