Feminismo y lenguaje

Feminismo y lenguaje

Tema que causa urticaria, si lo hay, es el famoso “lenguaje inclusivo”. Muchxs creen que es un fenómeno reciente, pero su concepción data de la década del 70, durante la Segunda Ola del Feminismo, cuando se comenzó a cuestionar la poca relevancia del género femenino en la lengua.

Hoy no solo ha tomado mucha repercusión mediática, sino que también diversas instituciones del ámbito público y privado han incorporado esta forma de expresión en su documentación formal y sería interesante preguntarnos por qué.

La lengua española usa el masculino como una forma genérica para referirse a grupos mixtos de personas u objetos.

¿Por qué?

Podemos remontarnos a los orígenes del latín, pero la realidad es que se basa en una norma arbitraria, como muchas de las que moldean el idioma. Se considera que el uso del masculino genérico es androcéntrico y que, además, el español no tiene una forma para incluir a las personas no binarias, es decir, aquellxs que no se sienten identificadxs con ninguno de los dos géneros establecidos por la sociedad.

Se propone entonces evitar su uso –o abuso– e incluir una serie de cambios. Así nace el lenguaje no sexista, también conocido como lenguaje inclusivo, aunque algunxs optamos por la primera opción para dejar en claro que se trata de una cuestión de género.

Algunos de estos cambios afectan las normas gramaticales y es por eso que son controversiales. Una forma poco conocida es el uso del asterisco – chic*s, amig*s, ciudadan*s– y la más antigua, la arroba, que se usa desde antes de que se empezara a hablar de este tema.

Las más conocidas son la x y la e, la primera utilizada aquí por su servidora y la última es la que más terreno ha ganado debido a que es la única que posee pronunciación en la oralidad. Muchxs también emplean el desdoblamiento –niños y niñas, compañeros y compañeras–, aunque aquí seguimos sin incluir a lxs no binarixs.

De más está aclarar que la Real Academia Española no aprueba ninguna de estas propuestas, pero en su diccionario no figuran palabras como chabón o abrochadora y eso no nos impide usarlas.

Hay quienes me han planteado que entienden y comparten que existen elementos sexistas en nuestra lengua, pero no quieren utilizar estas formas o no se sienten cómodxs haciéndolo. Para ellxs, les tengo una buena noticia: se puede emplear el lenguaje no sexista sin transgredir ninguna norma.

Pero, ¿cómo es eso? Fácil, evitando el masculino genérico. ¿Cómo? Utilizando términos que no posean flexión de género. Palabras más abarcadoras como alumnado, personas o familia; en lugar de alumnos, humanos o padres o perífrasis como La paciente fue observada por profesionales de la salud y no por los médicos. También se puede recurrir al uso de la segunda persona en lugar de la tercera –Si todavía no te inscribiste… en lugar de El que no se haya inscrito…–, o a los pronombres indefinidos –Quienes no se hayan inscrito…–.

Hay muchísimas formas más, no pretendo dar una clase de lingüística, solo que se sepa que una lengua tan rica como la nuestra ofrece un universo de posibilidades.

Unos meses atrás, fue tendencia en Twitter un hashtag en el que se denunciaba una supuesta “dictadura del lenguaje inclusivo”. Algunos medios se hicieron eco del tema y elaboraron notas sensacionalistas en las que se preguntaban –más que responder– si era cierto que ahora los organismos gubernamentales nos iban a obligar a usar el todes y si se trataba de una cuestión ideológica más que lingüística.

Es cierto que muchos sectores ya implementan el lenguaje no sexista, pero no que sea una imposición. Si nos enfocamos en el ámbito educativo, por ejemplo, en enero de este año nuestro Consejo Provincial de Educación aprobó su uso para el alumnado y el equipo docente, pero no su obligatoriedad; eso significa que puede emplearlo quien lo desee, sin que nadie lx obligue ni se lo prohíba.

Lo mismo ocurre con muchas universidades, e incluso la Universidad Nacional de Río Negro (UNRN) reformuló en 2017 su estatuto para evitar el masculino genérico. El objetivo es ampliar el espectro para que todxs se expresen de la manera que les resulte más cómoda y eliminar generalizaciones y prejuicios.

De la misma manera, hay quienes acusan que han sido presionadxs y se les ha “exigido” que lo usen. Si así fuese, recordémosle a esa persona que obligar a alguien a usar el lenguaje no sexista atenta contra los principios del mismo.

La lengua es un fenómeno estático, pero quienes la usamos somos seres dinámicos que no siempre estamos dispuestos a cumplir sus normas. “La lengua es un conjunto de reglas necesarias”, decía Saussure, y es cierto: la sociedad tiene convenciones, reglas que nos ponen de acuerdo. “El lenguaje es multiforme y heteróclito”, decía también.

El lenguaje humano tiene la lengua como uno, no el único, de los elementos de los que se sirve para expresarse, pero muta, cambia con el tiempo debido a sus propios hablantes y eso hace que sus reglas cambien también.

¿Es una cuestión ideológica más que lingüística? Ambas. Claro que se trata de ideología, desterremos la idea de que es una mala palabra. El lenguaje no sexista es uno de los tantos cambios que se pretenden para la formación de una sociedad más tolerante, inclusiva y, sobre todo, más libre.

Tal vez, y después de leer esto, más de unx se sienta interpeladx y comience a cambiar alguna que otra cosita en su forma de expresarse, o no, pero entienda que, más allá del lenguaje, se trata de visibilizar a quienes, durante mucho tiempo, se sintieron ignoradxs.

Colectiva (De)Construcción Popular