El espejo

El espejo

No quiero escribir la palabra que nadie quiere leer. Como  un secreto a voces, vos y yo sabemos de qué hablamos.

De repente las cosas se nublan un poco. Como un ojo empañado por la emoción. 

Un sinnúmero de recuerdos y vivencias embargadas por una soledad que conmueve, invaden mi mente, hasta que en ese preciso instante, un millón de nudillos sacuden la puerta de mi habitación. 

Me coloco el barbijo, la máscara y le aviso desde adentro que ya estoy listo para protegerla. Abre  y me asiste sin saber de mí. Yo sin saber de ella. La despido dándole un gracias, una y mil veces, por estar ahí, frente a mí. Controlándome. Hablándome. Cuidándome. Se va y me mira conmovida.

No es la dinámica hospitalaria que transito hace 30 años. Es tan distinta que me confunde. Y me tocaba conocerla del lado de adentro.

Sea quizá la confianza, el mejor de los escenarios para transitar la angustia del no saber.

Sea quizá la entrega, la mejor compañía.

Cae la noche. Afuera nieva y como un flash todo parece un sueño. 

Amanece. Yo contaba un día más de evolución, a sabiendas que un día más sintiéndome igual, era favorable.

Pasaron varios días. 

Mejore de a poco.

La soledad asociada a la enfermedad, parece ser una  combinación perfectamente perversa, pero en realidad es la gran oportunidad donde uno se mira en su propio espejo. Un espejo tan profundo, que mirándote de frente te ves la nuca. Un espejo que no devuelve lógicas. Solo devuelve emociones. 

Me convencí que nadie tiene nada comprado. Que todo está a merced. Y que esa razón, es más que suficiente para valorar cada día. Cada mañana. Cada amanecer. 

Fue mi experiencia. 

Intensa. Vital. Emocionante.

No me despediría sin antes poner en lo más alto el equipo de salud que me atendió y me contuvo.

A mi Médica de Cabecera la Dra. Viviana Galache, a mi Médica de seguimiento pre y post internación la Dra. Roxana Romero, a mi colega y amigo personal el Dr. Rodrigo Sabio, a mis enfermeras Gabriela, Graciela y Griselda, a los camilleros, a la Dra. Silvia Solís y al Dr. Carlos Wilkendorf (h) quienes me recibieron en la guardia, a los técnicos en Tomografía y no quiero avanzar más, a riesgo de pecar ser injusto en la omisión.

Sepan ustedes que cuentan con un gran Hospital.

Sepan ustedes que cuentan con un gran equipo de gente,  dentro de ese gran Hospital.

Sepan ustedes que esa gente tiene tantas, pero tantas agallas, que se enfrenta todos los días, a eso que vos a veces, solo podes mirar de reojo en las placas rojas de los medios.

En los momentos críticos se ven los grandes hombres y las grandes mujeres.

Porque todos y cada uno de los que forman este equipo,  tienen una familia a quien cuidar, sueños por los que luchar y proyectos para desandar, y a pesar de eso, allí estaban….

Son esos nudillos que siempre golpearon mi puerta.

Son esas manos, a las que mis manos nunca alcanzaran para aplaudir. 

Señores, como símbolo de la honestidad, la lucha, la esperanza y la entrega, les digo gracias por levantar esa bandera y les agradezco aún más por haberme enseñado, entre otras cosas, que no es a las 21.00.

Que no es ahora.

Que no es con aplausos.

Hoy me di cuenta que es siempre y de todas las maneras. 

Gracias.

Muchas gracias. 

Fabio Gini